El episodio del rápido desarrollo tecnológico en el que estamos inmersos de lleno también tiene sus notas negativas. Ha permitido que la comunicación fluya como nunca antes había sido posible, a una velocidad y en unas cantidades insospechadas. Además que ha posibilitado la creación de numerosos soportes en los que se puede compartir y disfrutar del contenido multimedia: información, música, cine, etc. Todo esto es, a priori y de forma indudable, muy positivo, ya que permite que el acceso a tales contenidos se universalice y resulte por ello mucho más accesible para el conjunto de la población.
Pero el exceso de información nos está jugando una mala pasada. Tenemos más música a nuestra disposición que nunca, sin que haga falta siquiera recurrir al caro formato clásico. Por descarga directa, por servicios en steaming, P2P y un largo etcétera. Escuchar prácticamente lo que uno quiera ha pasado a depender nada más que de un par de clics. ¿Qué problema puede hacer entonces? Que al tener tanto contenido a nuestra entera disposición nos convertimos en unos consumidores menos exigentes. Escuchamos más cosas que nunca, pero con una atención considerablemente menor. Escuchamos un poco de esto y enseguida saltamos a lo otro. Nos sobran estímulos y nos falta mucha capacidad de concentración y para la atención pausada. El hecho de poder manejar tanta variedad nos hace más inconformistas en el peor de sus sentidos: basta con prestar cierta atención a determinado artista para que enseguida te entre el antojo de pasar a otro, y así una y otra vez en un círculo ilimitado. Cada vez es menos habitual ponerse un disco y escucharle entero, dedicándole la atención que merece. Las consecuencias son desastrosas, ya que de esta manera no se puede conseguir apreciar tan bien toda expresión artística. Para extraer las sensaciones, significados y emociones que la música puede transmitir se requiere de una atención más profunda, que permita caer en la cuenta de la sutileza y los detalles que hacen que algo te marque y llegue dentro. Algo que difícilmente se puede conseguir con una atención superficial.
Con todo, además nos hemos dedicado a desarrollar nuestra capacidad multi-tarea. Es cada vez menos habitual que alguien se ponga un disco con el único fin último de disfrutarlo. Muy al contrario esa ceremonia se ha reducido a mero medio, sirviéndonos como hilo ambiental para amenizarnos la realización de otra tarea. O lo escuchamos mientras hacemos otras tres cosas a la vez y en mente tenemos pendientes un par más, creando esa sensación permanente de deber insatisfecho. No es que lo diga yo, ya la cultura popular expresaba desde hace mucho que quien mucho abarca poco aprieta. Nos dedicamos a muchos menesteres, pero raramente ponemos el empeño y la atención suficiente en uno, incapacitándonos para hacer las cosas mejor y para poder extraer los mejores frutos. Nos creemos muy afortunados por tener disponible una cantidad ingente de contenido de todo tipo a nuestra disposición, pero no podemos llegar a serlo realmente si no aprendemos a gestionarlo con cierto criterio. Lo que más beneficio nos puede aportar no viene dado por cuestión de cantidad, sino de calidad.
Y he hablado de la música porque es lo que aquí nos concierne, pero el ejemplo es extrapolable a cualquier otro ámbito, ya sea artístico o referido a la información y la política. Como todos, no es un problema sin solución. En la medida que somos conscientes de ello podemos hacer el esfuerzo de no caer en ese vicio y procurar una mayor atención a lo que nos traigamos entre manos. Soy el primero que debe tomar nota. Seguro que así el resultado es mucho más productivo.
Enlace a un artículo genial sobre el tema.
Enlace a un artículo genial sobre el tema.
Tomo nota yo también.
ResponderEliminarY enlazando un poco con el tema dejo este artículo por aquí: http://elpais.com/diario/2011/07/31/opinion/1312063211_850215.html
¡Muchas gracias por la aportación! A leerlo! ;-)
ResponderEliminar